Son muchas las ocasiones en que se ha dirigido a mí para preguntarme que si éste o aquel otro alimento engorda o no y he de decir que no es fácil de contestar o más bien que quizá la respuesta requiera de analizar ciertos pormenores en cuanto a cómo el cuerpo maneja las posibles variaciones en la cantidad de grasa de la que dispone.
A su vez, es interesante destacar que no todos somos iguales y la forma en la que podemos tolerar (sin que afecte de forma significativa a nuestra composición corporal) el tipo o cantidad de un determinado alimento va a variar mucho según las características diferenciales de cada persona, tales como el estado actual, la genética, el stress, si practicamos o no ejercicio físico, el “historial deportivo”, si hemos estado siguiendo “dietas” muy restrictivas (sobre todo desde el punto de vista calórico), etc.
Me interesa en esta ocasión hablar especialmente del “estado actual” ya que tiene mucha relevancia en como el organismo va a reaccionar a una propuesta nutricional determinada y porque quizá no están muy extendidos entre la población este tipo de conceptos.
Cuando hablo del “estado actual” me refiero en concreto a la composición corporal, es decir del % de grasa de nuestro cuerpo y que finalmente se acaba traduciendo en cuanto de nuestro peso se corresponde con grasa y cuanto con músculo (conviene matizar que se trata de una simplificación, ya que en el cuerpo humano nos encontramos con otros compartimentos, pero de esta forma resulta mucho más intuitivo lo que se va a comentar).
He podido comprobar durante toda mi vida profesional (y por supuesto tiene una lógica aplastante) que cuanto mayor es esta cifra, menor es la dificultad para la “pérdida” ya que en muchas ocasiones se trata de una situación patológica muy poco compatible con lo que nos correspondería biológicamente y basta con hacer pequeños cambios en el estilo de vida para que el cuerpo inicie el proceso de “curación” de cara a la vuelta a su estado natural.
A su vez, estos estados “anormales” vienen determinados por largos períodos donde se ha efectuado un consumo abusivo de aceites vegetales de baja calidad, alcohol y carbohidratos refinados (especialmente azúcares muy presentes en la mayoría de los comestibles que podemos encontrar en un supermercado, destacando de forma considerable en alimentos hiperpalatables y ultraprocesados) con lo que simplemente con disminuir su FRECUENCIA DE CONSUMO, obtendremos resultados positivos en la mejora de la composición corporal sin hacer grandes cambios en otras variables como cantidad de alimento, % de macronutrientes o mejora de la actividad física.
Cabe destacar que aun así dentro de los porcentajes de grasa elevados (que superen de forma general el 30% en mujeres y 25% en hombres) que existen casos que no suele responder a este tipo de praxis y se trata de situaciones donde puede existir una resistencia a la pérdida que se caracteriza por la existencia de un desbalance hormonal en nuestros “circuitos” de hambre-saciedad.
Uno de los principales responsables de ello es la realización de dietas restrictivas durante períodos de tiempo prolongados, algo que se ha promovido desde las últimas décadas del siglo XX hasta casi la actualidad tanto desde el sector de los profesionales de la nutrición como a través de las recomendaciones “dietéticas” de nuestro sistema de salud. No es nada raro y a todos nos sonará la famosa frase de: Menos plato y más zapato que tanto se difundió entre la población y que, en ocasiones, hace más daño que beneficio ya que la idea principal que quiere transmitir está basada en el “dichoso” balance energético, nada más lejos de la realidad de lo que se debería transmitir a todas aquellas personas que desean adelgazar sanamente y, sobre todo, mantenerse en un porcentaje de grasa corporal adecuado.
La mayor dificultad que veo en seguir algún tipo de “dieta” es el que se acoten las cantidades de los alimentos basándonos en su aporte calórico ya que este “artificialismo matemático” aplicado a la alimentación humana dista mucho de ser la mejor opción o incluso una alternativa más o menos adecuada ya que, a la hora de la verdad, cuando nos sentamos a la mesa y nos disponemos a hacer cualquiera de las ingestas del día, resulta muy frustrante no poder comer hasta saciarnos o tener que dar por finalizada nuestra sesión alimenticia una vez consumidas las raciones de este o aquel otro alimento que se nos indicaron en el “papelito de turno”. Además, este tipo de planificaciones nutricionales arcaicas suelen caracterizarse por estar desprovistas de un mínimo de sabor (destacar que se suele limitar el aceite y grasas en general, sin ninguna base científica) y de no disponer de alternativas de sustitución que nos faciliten elegir lo que queremos comer según nos apetezca, haciendo nuestro proceso de cambio hacia una alimentación más saludable mucho más llevadero.
Y …¿Qué ocurre cuando seguimos este tipo de planes?
Pues que por un lado no logramos el “punto de saciedad deseado” ya que se trata de cantidades en muchas ocasiones demasiado pequeñas y por otro no se consigue obtener el placer deseado y necesario para tener una buena relación con la comida que nos conduzca al mantenimiento de la nueva pauta alimentaria, desembocando por lo tanto en el abandono de nuestro propósito y el consecuente “efecto rebote” que no hace más que alejarnos cada vez más de la recuperación de nuestra salud.
Suerte que, con el gran avance que están teniendo las ciencias de la nutrición en los últimos años y la aparición de nuevas propuestas mucho más realistas y compatibles con el funcionamiento de nuestro cuerpo, este tipo de estrategias de intervención van quedando cada vez más en desuso, dando paso a una nueva era donde ya no solo nos basamos únicamente en los alimentos (centrándonos en dar máxima prioridad al consumo de materias primas) para la mejora de la salud (y como consecuencia la composición corporal) sino que se contemplan otras áreas como la psicológica y la deportiva además de un proceso formativo de los pacientes acerca de qué no debe comer y por qué. Así, se puede lograr empoderar a una población que comprende mejor su enfermedad dotándoles de herramientas que le faciliten su independencia y el desarrollo de espíritu crítico.
CONTINUARÁ…