Introducción
Los ácidos grasos poliinsaturados omega-3 y omega-6 (AGPI o PUFA) son considerados esenciales (EFA), lo que quiere decir que no pueden ser producidos por los humanos y otros mamíferos por no disponer de los sistemas enzimáticos necesarios para su producción endógena, y por lo tanto deben ser obtenidos a través de la dieta.
Sus moléculas contienen varias insaturaciones y la forma de diferenciarlos está basada en la ubicación del primer doble enlace que poseen, contando desde el extremo metilo de la molécula de ácido graso [1] (en los primeros lo encontramos en el carbono 3 identificándose también como n-3, mientras que en los segundos se sitúa en el 6 y se distinguen como n-6) [2].
El primer exponente de los ácidos grasos omega-3 es el ácido α-linolénico o ALA (18: 3ω-3) que gracias a la acción de enzimas desaturasas y elongasas propias de su ruta biosintéticase puede transformar en el ácido eicosapentaenoico o EPA (20: 5ω3) y después en el ácido docosahexaenoico o DHA (22: 6ω3). Los ácidos grasos omega-6 están representados por el ácido linoleico o LA (18: 2ω-6) que se metaboliza a ácido araquidónico o AA (20: 4ω6).Esto se consigue mediante un aumento de la longitud de la cadena y del grado de insaturación agregando dobles enlaces adicionales al extremo carboxilo de la molécula de ácido graso[3].
Fuentes
Tanto ALA como LA se encuentran mayoritariamente en alimentos de origen vegetal, especialmente en aceites (de soja, de lino, de canola, …) y en frutos secos. Mientras LA (abundante en la naturaleza) está presente en las semillas de la mayoría de las plantas (exceptuando en el coco, el cacao y la palma) el ALA es característico de los cloroplastos de las verduras de hoja verde y las semillas de lino, colza, chía, perilla y nueces. En cambio, las fuentes nutricionales de los AGPI que se derivan de estos, son los alimentos de origen animal, siendo propio elAA delas carnes de animales alimentados con granos cerealeros (vacuno, cordero y cerdo) y el EPA y el DHA de vegetales (microalgas) y animales marinos (de aguas frías), especialmente en pescados grasos (contenido en grasa es superior al 6 %), como el atún, jurel y el salmón y sus aceites (también en mariscos). Además, debemos tener en cuenta ciertos productos de origen industrial a los que se han añadido los ácidos grasos en cuestión [3].
Hallazgos
La dieta común de los países desarrollados de la actualidad se caracteriza por un insuficiente aporte de ácidos grasos (AG) omega-3 y a su vez un exceso de omega-6 comparándola con la de tiempos ancestrales durante los que se establecieron patrones genéticos humanos. En las últimas tres décadas, el cambio en la alimentación occidental propio de la revolución industrial, resultó en un gran aumento en la relación omega-6 / omega-3, pasando de 1: 1 o 2:1 durante la evolución a 12:1, 20: 1 o incluso más. Este cambio en la ingestión proporcional de los ácidos grasos es paralelo a un aumento significativo en la prevalencia de sobrepeso y obesidad, así como del riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares y otros padecimientos habituales de la sociedad moderna que tienen como base un estado inflamatorio [1].
Además, muchos estudios indican que los ácidos grasos de la familia omega-6 pueden estimular el proceso del cáncer, mientras que los ácidos grasos omega-3 pueden contribuir a la reducción de la incidencia de tumores malignos.
La disminución en la ingesta de AG Ω-3 (derivada de un bajo consumo de pescados grasos a favor de los blancos) podría no ser importante, puesto que los humanos pueden convertir el ALA en EPA y DHA, pero dicha conversión no es muy eficiente y está sujeta a una inhibición competitiva por parte de los AG Ω-6 [3].
Funciones en el organismo y beneficios para la salud
Los ácidos omega-3 y omega-6 no son interconvertibles, son metabólica y funcionalmente distintos y suelen importantes efectos fisiológicos opuestos [1]. Son constituyentes importantes de las membranas de las células e influyen por tanto en su permeabilidad. El mantenimiento de un correcto estado de fluidez de estas bicapas lipídicas es imprescindible para que los procesos de comunicación entre células y compartimientos ocurra de forma correcta, y para ello se requiere de la inclusión ácidos grasos de cadena larga que además tengan insaturaciones, dado que los saturados disminuyen esta propiedad vital [2]. Esta función es especialmente destacable en los omega-3, más concretamente atribuible al EPA y DHA (ácidos grasos de cadena larga o AGPICL) que si son ingeridos por los humanos en la proporción adecuada reemplazan parcialmente los ácidos grasos omega-6, especialmente AA, en las membranas de probablemente todas las células, pero especialmente en las de plaquetas, eritrocitos, neutrófilos, monocitos y células hepáticas. Dicha incorporación aumenta la señalización de algunos receptores de membrana además de la síntesis de protectinas y resolvinas, que tienen un efecto antiinflamatorio y regulan diversos genes que participan en la activación de vías metabólicas [4].
AA y EPA son los compuestos principales para la producción de eicosanoides. Los eicosanoides derivados de los omega-6 como la prostaglandina (PG) E2 y el leucotrieno (LT) B4 sintetizados a partir del AA son mediadores más potentes de trombosis e inflamación que los productos similares derivados de los omega-3 (PGE3 y LTB5) sintetizado a partir de EPA. Un aumento de las cantidades de omega-6 (en la dieta y por lo tanto de los eicosanoides de AA (biológicamente activos en cantidades muy pequeñas) por encima de los que se producen a partir de EPA cambia el estado fisiológico a uno proinflamatorio, protrombótico y proagregativo, con aumentos en la viscosidad de la sangre, vasoespasmo, vasoconstricción y proliferación celular. De ahí se deduce que una proporción desequilibrada de omega-6 / omega-3 a favor de los omega-6 contribuye a la prevalencia de aterosclerosis, obesidad y diabetes. De hecho, el consumo regular de dietas ricas en AGPI omega-3 se ha asociado con una baja incidencia de estas enfermedades, particularmente en poblaciones islandesas, indígenas inuit y nativos americanos en Alaska [1].
Los efectos beneficiosos en la salud cardiovascular atribuidos a los AGPICL ω-3, serían el resultado de la disminución de los niveles plasmáticos de TG y del colesterol LDL, aumento del colesterol HDL, disminución de la presión arterial, reducción de la agregación plaquetaria, mejora de la función endotelial y disminución de incidencia de arritmias (actualmente se plantea que el DHA sería un agente cardioprotector más potente que el EPA) [3].
En los mamíferos, incluidos los humanos, la corteza cerebral, la retina, los testículos y los espermatozoides son particularmente ricos en DHA (es uno de los componentes más abundantes de los lípidos estructurales del cerebro) [1].
El DHA contribuye a la función sináptica y se sabe que su bajo contenido en las membranas de las neuronas, propicia el descenso de la transmisión de impulsos nerviosos. En modelos animales, se ha podido constatar que la ausencia de ácidos grasos omega-3 y cantidades mayores de citocinas proinflamatorias derivadas del AA (omega-6) están asociadas al desarrollo precario de neuronas en pacientes humanos con depresión. Los efectos de dichas citocinas también inducen la formación de ateromas en el sistema circulatorio y desarrollo de tumores cancerígenos que se reducen al aumentar el consumo de ácidos omega-3 [2].
Durante la gestación, los ácidos grasos omega-3 son fundamentales para el correcto desarrollo del sistema nervioso central, observándose un incremento notable en el contenido de DHA en el tejido cerebral durante el tercer trimestre y después del nacimiento. Algunos estudios sugieren que el consumo de pescado y el suplemento con aceite de pescado durante la gestación puede prolongarla, reduce la incidencia de partos prematuros e incrementa el peso al nacimiento. Durante el crecimiento, se ha visto que niños amamantados o alimentados con fórmulas que contienen DHA presentan una mejor agudeza visual y una mejor capacidad para responder a la luz, lo cual está asociado con una mejor habilidad cognitiva para integrar información [5].
Además de todo lo mencionado, el correcto aporte de ω-3 (en especial EPA y DHA) y así como mantener controlada la relación omega-3: omega-6 en la dieta, pueden jugar un papel crucial en varios procesos que modulan la inflamación sistémica e influyen en la prevención y tratamiento de diversas enfermedades tales como:
En algunas de las patologías, todavía sigue siendo necesaria la realización de un mayor número de estudios que sean concluyentes y que confirmen la posible eficacia del uso de los AGPICL ω-3 como herramienta terapéutica.
Recomendaciones de ingesta
La proporción omega-6: omega-3 más adecuada, en relación con la protección frente a las patologías mencionadas parece situarse entre 4:1 a 2:1, favoreciendo un descenso de la tasa de mortalidad por todas ellas. Aun así, diferentes estudios sugieren que ingestas moderadas de LA (5-8% de la energía), no condicionan mayores elevaciones de AA en plasma y no incrementan la formación de mediadores proinflamatorios. Por ello, al establecer los últimos objetivos nutricionales se concretó que no era conveniente reducir el aporte de ácidos grasos omega-6 buscando el evitar un desequilibrio en la proporción omega-6: omega-3, siendo más conveniente incrementar el aporte de ácidos grasos omega-3 [6].
Debido a la contundencia del efecto protector de los AG omega-3 en enfermedades cardiovasculares, importantes asociaciones como la FDA (Agencia de Alimentos y Medicamentos), AHA (Asociación Americana del Corazón) e ISSFAL (Sociedad Internacional para el Estudio de los Ácidos Grasos y Lípidos) en Estados Unidos emitieron recomendaciones para su aporte en la dieta. Se estableció que para la prevención de enfermedad cardiaca se deben consumir 2 raciones de pescado a la semana (aportando unos 300 a 500 mg/día) mientras que, si ya se está enfermo, se aumentarán hasta llegar a unos 1000 mg/día del AG. Destacar que no se recomienda excederse de 3000 mg/día debido a sus posibles efectos adversos como incremento del tiempo de coagulación y elevación de las LDL. Además, se sugirió que las principales fuentes de omega-3 provengan del consumo principalmente de pescado, evitando la preparación en fritura pues se vio que perdía su efecto favorecedor.
Algunos investigadores sugieren que la suplementación con omega-3 (nutracéuticos) puede ser una opción para obtener las dosis y los efectos benéficos a la salud.
Es también de interés el desarrollo de alimentos funcionales que los contengan en concentraciones terapéuticamente útiles [4].
En la actualidad, existen alimentos con cantidades insignificantes de omega-3, pero que a través de fortificaciones o enriquecimientos se pueden conseguir niveles significativos como es el caso de la leche y el huevo.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS: