Tal y como expuse en el “post” anterior, uno de los factores (de los muchos que hay) que influye en el desarrollo o mantenimientos de sobrepeso u obesidad en la población es la “malinformación” que constantemente es difundida en todo tipo de medios de comunicación. Tanto en redes sociales, televisión, periódicos, radio, carteles y folletos informativos es muy habitual que se transmitan todo tipo de mensajes e ideas erróneas acerca de en qué consiste una alimentación saludable (entendamos por ello: “aquella que nos conduce a mantener un buen estado de salud y que contribuye tanto a prevenir o paliar una situación patológica que se derive de un mal manejo de los hábitos alimentarios”).
Incluso podemos comprobar, desgraciadamente, como algunos profesionales, quizá por falta de conocimiento o por que son fácilmente influenciables por sus intereses monetarios, hacen recomendaciones acerca del uso habitual para este tipo de situaciones de “batidos mágicos”, “pastillitas milagrosas”, “barritas sustitutivas de comidas (cargadas de azúcar, harinas refinadas y aceites de baja calidad)”, y todo tipo de productos y estrategias que resultan tener poca o nula eficacia en el fin que prometen.
Y… ¿Por qué ocurre esto?
La realidad, a veces dura o difícil de asumir, es que la opinión de una gran número de personas (la mayoría me atrevería a decir) acerca de qué alimentos son buenos para nuestra salud y cuales no, está fuertemente influenciada por el escandaloso marketing que se aplica a algunos “comestibles” fruto de inversiones millonarias en publicidad de algunas empresas del sector alimentario.
Esto ha venido ocurriendo durante las últimas décadas y aunque puede parecer sorprendente, basta con adentrarse un poco en el complejo mundo de la dietética para darse cuenta de la cantidad de paradojas que existen.
Suerte que nuestro país cuenta en la actualidad con un elevado y creciente número de profesionales de la divulgación en nutrición, que se encargan día tras día de poner su granito de arena para aclarar los conceptos más básicos, mejorando el criterio global de los consumidores, a través de sencillas herramientas que nos ayudan a hacer bien las distinciones de los que nos conviene o no.
Alimentos NO saludables y como distinguirlos
Estamos rodeados de ellos, especialmente en los supermercados, a veces me resulta muy incoherente estar haciendo la compra y escuchar por megafonía el típico mensaje: “comprometidos con la lucha contra la obesidad” y luego miro a mi alrededor y compruebo que en el itinerario que me lleva a los pocos espacios de donde obtengo mis “víveres”, hay una innumerable cantidad de productos malsanos cuyos envases tienen todo tipo de mensajes atrayentes para tratar de que acaben formando parte de nuestras provisiones. Y no, no me refiero a la bollería industrial, snacks o bebidas azucaradas (esos en general ya sabemos que no son muy adecuados si queremos cuidarnos) sino a aquellos productos en cuya portada se hacen todo tipo de declaraciones nutricionales que nos pueden llevar a pensar que si los consumimos, “estaremos haciendo las cosas bien”.
En general, ni los “sin azúcar añadido”, ni “light”, ni 0%, ni “bajo en grasa”, ni “bueno para el colesterol”, ni “bueno para los huesos”, ni “con vitaminas y minerales”, ni “digestivo”, ni un largo etc. son buenas opciones para “meternos en el cuerpo”. Basta con fijarnos en la LISTA DE INGREDIENTES (que por cierto, si no lo sabíais está en orden decreciente) para darnos cuenta de la infinita lista de agregados de dudosa procedencia y mas difícil interpretación con la que nos encontramos a menudo.
Si un producto, tiene más de 3 ingredientes conviene ver con lupa y tratar de asesorarnos de qué es cada cosa para que, una vez sepamos lo que nos estaremos llevando a la boca, podamos decidir si realmente queremos que entre en nuestras casas o que pueda acabar en las manos de los más vulnerables: “nuestros pequeños”. Creo que no estaría de más legislar para que en los envases de según que comestibles apareciesen mensajes como: “mantener fuera del alcance de los niños”. Ahí queda la sugerencia.
Como se puede deducir, la aparición de “eslóganes” en el embalaje o en los anuncios publicitarios es una buena forma de ayudarnos a descartar la mayoría de los NO saludables. Entre estos podrían estar: pan o pasta “falsamente integrales”(primer ingrediente: harina de trigo a secas), lácteos azucarados 0% (hidratos de carbono por cada 100g > 5g o azúcar como segundo ingrediente), galletas con avena “para reducir el colesterol” (ingredientes principales: harina de trigo y azúcar), cereales “fitness” (con un 20-25% de azúcar), …
Te invito a darte un paseo (muy saludable por cierto) por los pasillos de cualquier “súper” y ver por tu propio pie como “nos la intentan colar”, eso sí, muy comprometidos con la salud de las personas.
Alimentos SÍ saludables y como distinguirlos
¿Existen realmente? Pues por supuesto que sí, de echo es muy sencillo darse cuenta de cuales son. No es necesario ser un “lumbreras” en estos menesteres para caer en la cuenta de que la mayor parte de los alimentos que nos convienen como especie son todos aquellos que han estado presentes durante toda nuestra historia y con los que hemos ido coevolucionando.
Tanto si hablamos de plantas como de animales, aunque quizá nos convenga comer bastante más de los primeros tanto por razones de salud como de sostenibilidad del planeta, todos ellos, cuando mantienen su esencia lo más intacta posible, sin añadirle o hacerle nada más que lo ultranecesario para garantizar una seguridad alimentaria más que necesaria, son muy buenas opciones para formar parte de nuestros platos o preparaciones culinarias.
Se caracterizan principalmente por no tener que estar fijándonos en sus ingredientes ya que no suelen tener la citada lista (Ingredientes de la nuez: nuez; Ingredientes de un filete: carne de “lo que sea”; Ingredientes de un tomate: tomate). Perece fácil… ¿verdad?
Realmente es MUY FÁCIL pero estos comestibles que no tienen eslóganes, que no se anuncian como “bueno para…”, que no se envasan en cajitas llamativas, que no salen en la “tele”, en definitiva, que no se promocionan, pasan muchas veces desapercibidos para las personas como posibilidades de consumo habitual, bien sea por lo ya mencionado o porque quedan relegados a espacios muy pequeños o estanterías alejadas de la vista en nuestras “tiendas de comida”.
Sirvan como ejemplo los (muy temidos por los “grasofóbicos”) frutos secos, que durante años fueron prohibidos y demonizados por multitud de “expertos en nutrición” (nótese la ironía), ya que por su alto contenido en calorías, hacían susceptibles de engordar o no adelgazar a todos aquellos que hiciesen uso de ellos.
Nada más lejos de la realidad, siendo especialmente las variedades en crudo, y no solo es que no nos engorden (quizá lo menos importante), sino que hacen el efecto contrario, son muy nutritivos y a lo mejor de todo es que actúan en nuestro cuerpo como preventivos de un extenso número de patologías. Y además, están muy buenos, no se estropean, son fáciles de transportar, …»ENAMORAOS» nos deberían de tener…
La lista de alimentos saludables o “colegas” de los frutos secos es muy amplia: tenemos una completísima variedad de frutas y verduras además de legumbres, tubérculos, cereales integrales, carnes, pescados, huevos, lácteos enteros y no solo las versiones poco o nada procesados, sino que también podemos optar por versiones que fueron procesadas pero en las que el tratamiento al que son sometidas no altera significativamente sus propiedades nutricionales o composición de forma que aun conservan sus beneficios sin aportar perjuicios.
Suelen tener menos de 3 ingredientes y el motivo de su modificación es por cuestiones como aumentar el tiempo de conservación, su estabilidad, su seguridad y pueden contener aditivos o agregados (inocuos) que garantizan tales objetivos y no otros químicos que están más orientados a conseguir la hiperpalatabilidad del producto o a abaratar los costes.
Si nos paramos a pensar y aplicamos un poco el sentido común, nos daremos cuenta de que no es para nada difícil entender que al fin y al cabo los alimentos que debemos priorizar en nuestra alimentación son básicamente “materias primas”.
Y si son sanos…¿Qué cantidad podemos comer? ¿Sin límite? ¿Todos los días?
Pues depende…, quiero dejar claro que las afirmaciones que se realizan en el artículo están basadas en las recomendaciones para individuos sanos. La existencia de según que enfermedades puede variar algunas de las pautas siempre que nos manejemos dentro de los alimentos saludables. En el caso de los no saludables, cuanto menos se consuman, mejor.
En cuanto a cantidades y frecuencias de consumo, lo dejamos para una futura publicación.
Finalizo animándoos a que dejéis vuestros comentarios, aceptando todo tipo de opiniones y sugerencias, dudas a la hora de categorizar uno u otro alimento y especialmente cuestiones que puedan generar discusión. Hasta el próximo “post”.